jueves, 12 de septiembre de 2013

Las abuelas (cañonas)


Ver una peli mala y querer vivir en Australia y tener casi 50 años. Es lo que me pasa últimamente, un día quiero ser rubia, otra intelectual y ahora quiero ser una tigresa australiana. Cágate lorito.

El otro día vi Adore, que no es buena ni regulera, es directamente una mala película. El guión es un truño, la factura roza la serie B, los macizos tienen la misma cara de merluzos todo el rato... Pero me da igual. Quiero ser autraliana, en serio.



Para empezar ELLAS. La madre que las parió. Se las ve mayores, maduritas, MILF... pero da igual. Están perfectas en su madurez, en su poderío que roza los 50, en esos cuerpos perfectos que entran en los años a base de pilates tan ricamente.

Porque en sus 50 años, esas dos zorras están más buenas que tú y que yo.






Esos brazos, esos vientres... espigadas, atléticas, interesantes, perfectas. Esas dos mujeres no son ni medio normales. Sobre todo Robin Wright. Pero dejadme que os cuente un poco la peli y ahora hablo más de ella. Que quiero ser ella, sobre todo ella.

Adore está basada en Las abuelas, un relato de Doris Lessing. A mi Doris Lessing me fascina por su febrilidad, porque escribe compulsivamente y eso le hace una escritora imperfecta. Tiene libros reguleros en su extensísima carrera literaria y eso es maravilloso.

Lessing escribió la historia de Las abuelas porque alguien se la contó. O sea, que algo tan poco creíble, tan "venga ya, hombre", puede haber sido verdad. O no, quizá solo fue un rumor que sirvió a la premio Nobel para hacer una historia genial. Da igual, qué más, da lo mismo.

La película, como digo, es truñera, pero a mí me gustó verla porque en ella todo es bonito.

Dos amiguísimas desde la infancia que más que quererse se adoran van creciendo y se casan  y tienen dos hijos de la misma edad que a su vez también se hacen amiguísimos.




Las dos viven en casas de sueño, en una pequeña comunidad de Australia, frente a una playa de cuento, desierta. Las casas son las otras protagonistas de la película porque, madremiadelamorhermoso, son perfectas, bonitas, luminosas, relajadas. Yo quiero la de Roz (Robin Wright), NECESITO vivir ahí.

Total, que las dos rubísimas y hermosas amigas tienen dos niños que por arte de magia crecen y se convierten en dos grances macizos, surferos, dioses del océano. Y claro, ahí ya te entran los calores de la muerte viendo la película, porque tanto músculo, tanto salitre y tanta belleza no se puede aguantar.




Y si queréis saber el resto de la peli, pues la véis. Y si no, mejor leer antes el relato de Lessing y luego veis la peli. Así os decepcionará más como película, pero con suerte disfrutaréis tanto como yo de tanta hermosura. Aunque quizá no, porque lo que a mí me pasa es que tengo hipersensibilidad a lo bello. Si algo es bello, ya me gusta. Punto. Cero objetiva. Para eso soy muy poco exigente.

En la peli todo es bello. Ellas, ellos, las casas, esos biquinis y bañadores caros, la ropa de cama, coño, esas sábanas de lino, esas copas, esos muebles de madera y esas butacas de bambú (momento mobiliario de bambú, por cierto, ya llegará post sobre eso).






Como dice mi hija pequeña, yo ME PIDO ser Robin Wright (las dos casas son bonitas, pero la suya más). Me pido su cuerpo atlético y perfecto, su cara überinteresante. Ella es todo. Es bella, un cañón del colorado, tiene cara de ser intelectual total, nada intensa, tiene cara de inteligentísima, de ser superior, EL ser superior. Obviamente, ella es la evolución de la especie humana.

Robin (y Naomi) no esconde su madurez. Se le ve mayor, desde luego no parece una jovencita. Pero quién cojones quiere ser una veinteñera cuando puedes ser Robin Wright???? NADIE.

Y envejece tan bien que hasta el hecho de que sus ojos hayan empequeñecido con la edad parece una acción divina. Pasa mucho que cuando la gente envejece los ojos se achican. Muchas y muchos lo llevan realmente mal. Es dramático. No hay más que ver el caso disparatado de Robert Rerdford. Por el amor de dios, que mal envejece ese hombre, con esos ojos de mochuelo. Yo soy de ojos pequeños de toda la vida y ver que a Robin le ha pasado eso con tanta dignidad me reconcilia con la vida.

Robin es la esperanza de la mujer blanca.



Ay dios, quiero ser abuela.

Muy fuerte.

Un beso a todas

Lula P.

PD: Este post se lo dedico a mi amigo Marcos, por amar a Kelly Capwell de toda la vida.


lunes, 9 de septiembre de 2013

La intelectualidad


Hay mujeres a las que les sienta de maravilla el rollito intelectual. Les da ese punto sexi sin ser intensas, ese tono grávido y femenino, atildado siempre por la sensación de saberse elevadas. Lo saben. Lo son. Ellas, tan elevadas en su superioridad vital.



Son elevadas estas intelectuales, sí, y nunca hablan de ropa pero se gastan un dineral. Jamás llevan poliéster y les encanta ir de negro y de marrón. A veces llevan gafas, el pelo siempre largo y casi siempre liso.

Nunca llevan flores ni florecitas. Y si las llevan, vintage.

Tampoco llevan sujetador porque su intelecto no necesita sostenes.



Hablan poco, pero cuando lo hacen jamás de un tema trivial. En las conversaciones, miran directamente a los ojos casi tan bien como Mia (ay, esa Oona Chaplin!) y por las noches se quedan dormidas leyendo cartas de amor... entre Heidegger y Hannah Arendt.




Parecen ser tolerantes con los demás, pero es mentira. Nunca pondrán los ojos en blanco cuando oyen hablar de la 'chiclit' o 'literatura femenina' o cómo mierda se llame eso. Harán como que te respetan, pero no. Desprecian tu inferioridad. Y la mía. Hacen como que te aguantan pero en realidad vomitarían sobre ti porque para ellas no hay más literatura femenina más allá de Alice Munro.

Ellas son listas y guapas y hasta seguro que follan mejor que tú. Y que yo. Saben leer y beber vino tinto cuando a ti te gusta el blanco, tan vulgar, tan 'mainstream', tan puaj.




Saben pintarse las uñas y hacer como si no las llevaran pintadas.

Y tienen tres carreras, saben tocar el piano y el violín y hablan cinco idiomas y encima, joder, aún no han cumplido los 30 y nunca se les encrespa el pelo.

Bah, a mí me encanta el rollito postureo intelectual y a veces lo intento pero a la que me descuido se me va el personaje y adiós, vuelvo a ser tan mortal como una camiseta de Zara.

Pero está genial que aún queden intelectuales, aunque solo sea por postureo! Como dice Javier Marías, el mundo se está bastardeando y volviéndose retrasado a un ritmo espantoso y encima nos jactamos de ello. Ese mensaje terrible de 'cuanto más lerdos, mejor'.





Pues eso... que vale, que ahora todas las guayonas llevan las Arizona negras de Birkenstock y que yo llevo todo el verano atándome las camisas en el ombligo como si estuviera en 1993 y llevando camisetas y vestidos de tirante fino y que viva el otoño y su cálida intelectualidad.



Ah, sí, que queríais un post de potingues. Pues nada, que ahora uso esto para el pelo. Muy fuerte, lo sé, pero me va genial. No más lágrimas.

Besos a todas

Lula P.